http://m.lavoz.com.ar/editorial/contra-el-abuso-infantil
El drama del abuso de niños tiene números y actores: en Argentina, uno de cada cinco menores es abusado por un familiar directo antes de cumplir 18 años.
Los datos fueron difundidos por la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (Fein), sobre la base de investigaciones propias y algunos informes de organismos vinculados con el tema, ya que el país no cuenta con estadísticas oficiales a nivel nacional.
El abuso sexual constituye uno de los crímenes más macabros que se pueden cometer contra un niño. El otro es la violencia doméstica.
En ambos casos, quien debe cuidar, proteger y amar hace exactamente lo contrario: abusa. Las consecuencias que esa truculenta transformación provoca en las víctimas son terribles.
Pero cuando la sociedad y el Estado no les prestan atención a esas víctimas, el drama se potencia. Cualquier menor abusado ha debido soportar muchos años de silencio, en medio de las peores amenazas formuladas por su abusador.
Ese silencio se amplifica cuando se toma conciencia de que el Estado no dispone de los medios indispensables para posibilitar que las víctimas hablen, receptar sus denuncias y contenerlas, a través de programas concretos que apunten a subsanar los daños, condenar a los abusadores y, en simultáneo, trabajar a favor de la prevención.
Como dice la introducción del informe, el silencio es la principal arma de los abusadores. Por eso la sociedad no puede quedarse callada ante semejante flagelo. Por el contrario, debe hacer escuchar su voz ante los distintos niveles del Estado y presionar para que las autoridades definan –sin dilación alguna– un amplio programa de acción que exprese, de manera racional, objetivos de corto, mediano y largo plazo que sean el centro de una campaña pública de concientización a la que puedan sumarse distintos actores de la sociedad civil.
Ese programa debe comprometer y sensibilizar a las fuerzas de seguridad, a los servicios públicos y privados de salud, al campo docente y al ámbito judicial, para que todos, por igual, aprendan a escuchar sin prejuicios la palabra de los niños, así como a reconocer en sus conductas su proximidad con este flagelo.
Porque si en esas instancias no se presta atención a lo que les pasa y se desvaloriza lo que dicen –con o sin palabras–, se los vuelve a victimizar una y otra vez.
Y si en las ocasiones en que la víctima se anima –de manera consciente o inconsciente– a buscar ayuda, el resultado es que no se le cree o no se alcanza a comprender el peso de lo que intenta expresar, creerá que no hay salida posible porque no encuentra nadie en quien confiar.
Comprometernos con un proyecto semejante sería una forma de expresar nuestro compromiso con la vida.
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